Son casi las 12:00 a.m, las manecillas marcan el tik tok del reloj y cuando amanecen todos abajo el palo e' mango, cada uno piensa en todas sus barbaridades del año viejo. No siempre son eternos y duraderos aquellos atardeceres así como lo son los días que van transcurriendo mientras sopla el viento. Agarro mi aguardiente y me lo zampo de una con unos zumos de limón, no entiendo y no sé que hacer en este nuevo año que empieza pero cogo mi maleta vieja y recorro por toda la cuadra para vivir experiencias inolvidables en viajes que a veces para mí son un sueño frustrado. Saciada de tanta comida salgo a la calle y le regalo a aquellos que en verdad padecen de una hambruna deplorable que no son tan afortunados como yo.
Intento abrazar a mi familia y sin decir más nah, mis lágrimas caen como corriente del oriente y no por eso dejo de gritar con jolgorio feliz año nuevo. Antes de los pitos alrededor de una gran fogata intensa oramos juntos para agradecer lo que se va y lo que se viene. Es un sabor agridulce que traspasa mi garganta cuando empiezo a recordar esos momentos desdichadamente, de repente en mi hombro se posa una mariposa monarca y de inmediato me espabilo y sé que es mi abuela.
Termino mi oración y lo único que se me viene por la cabeza es felicitar a aquellos amigos y familia que no estuvieron conmigo. De repente llegan vecinos del pueblo y aunque son desconocidos para mí, con mucha alegría les regalo un abrazo con estos brazos agotados que han sabido gozar esta vida. Encuentro una mesita en una esquina y veo una fruta que limpia mi paladar la cual no solo es eso, es una sola tradición que nos une.
Son las 12 uvas faltando 5 para las12
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